¿Que cómo me aficioné a la observación de aves? Te cuento.
El entorno
Hace ya muchos, muchos años, en una galaxia muy, muy lejana, una pareja (mi novia y yo) decidieron, aconsejados por una buena amiga, irse una Semana Santa (o un puente de mayo, no me acuerdo) a visitar el parque natural de Monfragüe, en Cáceres.
Iban en tren, así que éste les dejó en el apeadero de Malpartida y desde ahí se fueron andando hasta el camping desde donde irían al parque. Por el camino fueron disfrutando de un paisaje, una flora y una fauna que no se imaginaban.
Por algún motivo, en sus cabezas, Extremadura debía tener un paisaje yermo y reseco parecido al entorno que describe Juan Rulfo en Pedro Páramo. Pero nada más lejos de la realidad. Las dehesas de encinas y alcornoques plagadas esa primavera de jaras, cantuesos, tomillos… y sobrevoladas por decenas de pájaros diferentes, les fueron quitando esa idea y dejando una gratísima impresión.

Llegaron al camping después de una larga, pero agradable, caminata y ahí se dieron cuenta de que para llegar al parque les quedaba una caminata mucho más larga. Pero en seguida contactaron con una pareja de ornitólogos de Cádiz que estaba pasando también esos días en Monfragüe y que sí tenían coche. Así que quedaron en que por las mañanas ellos les llevarían al parque, se separarían para hacer cada uno su visita y se volverían a ver por la tarde para volver al camping y nuestra pareja les invitaría a cenar algo.
En aquellos tiempos no había móviles, ya he dicho que esta historia es de hace mucho, mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana. Así que tenían que quedar así. Pero el acuerdo fué bueno para ambas parejas.
La clave
Ya la primera mañana, de camino al parque, los ornitólogos les dieron a nuestra pareja alguna noción para observar aves. Les enseñaron a diferenciar un pájaro, digamos que fue el carbonero común. De modo que nuestros incipientes ornitólogos se pasaron el resto de las visitas de esos días diferenciando pájaros en función de la siguiente clave: es un carbonero común / no es un carbonero común.
Y este fué el germen de su afición a la observación de aves.
Otra cosa que esta pareja de consumados onitólogos hizo por nuestra pareja de incipientes ornitólogos, fue recomendarles una guía.
La verdad es que no podemos decir que acertaran con la recomendación pues, aunque era una guía muy buena, con muchos datos muy bien documentados sobre todas las especies que esta pareja se podría encontrar en sus futuros paseos a lo largo y ancho de la Península Ibérica, tenía dos fallos. Uno, que era un ladrillo, incómodo de llevar a cuestas y del que más de tres cuartas partes era bibliografía y sólo apenas un cuarto del espacio lo dedicaba própiamente a la guía. Y dos, las imágenes que tenía de cada especie eran fotografías lo que hace muy dificil identificar algunos rasgos que normalmente los ilustradores plasman mejor en sus dibujos.
Aún así, se iba ampliando cada vez más esta clave, a la que iban añadiendo las nuevas especies que iban viendo en su pueblo, en sus paseos por el campo y la sierra, e incluso en la misma ciudad o cuando viajaban por ahí: ahora un gorrión común, ahora un herrerillo capuchino…
De este modo fue creciendo su afición pues no hay nada más interesante que observar un ave cuyo nombre desconoces. Es como encontrar un tesoro pero que no se lo puedes enseñar a nadie porque no sabes nombrarlo.
Fotos y otras tecnologías
Ya con guía y con prismáticos, se sumó una nueva herramienta: la cámara de fotos. Al principio la observación de aves requería mucha memoria visual. Había que ver al ave a simple vista o con los prismáticos, memorizar sus rasgos y luego buscar en la guía la que más se pareciese. Pero claro ¿cómo diferencias entre un pinzón vulgar y un picogordo si los has visto sólo unos segundos moviéndose entre las ramas de un arbol?
Ahí entró la cámara de fotos que les permitió inmobilizar porciones de su memoria, observarlas sin alteraciones y compararlas con diferentes guías hasta dar con la solución… O al menos acercarles.
Porque aunque las fotos no sean buenas, no estén bien enfocadas, salgan movidas, demasiado oscuras o demasiado claras, uno puede ir encontrando rasgos en la imagen que le dan pistas para ir concretando hasta dar con la especie observada.
Pero claro, poco a poco uno va aprendiendo un poco de fotografía, bastante poco, sólo los fundamentos que le enseñan los amigos, y va queriendo hacer fotos cada vez mejores y esto va pidiendo herramientas cada vez más caras… pero bueno, esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
Así, la clave que al principio tenía solo una especie, va creciendo y se van haciendo con cerca de 100 aves fotografiadas en carpetas muy ordenaditas.
Observar con las orejas
Pero aún hay un paso más que se puede dar en la observación de aves.
Precísamente, como parte de un proyecto local de estudio de la contaminación lumínica, a esta pareja les cae en las manos el estudio de las aves nocturnas en Hoyo de Manzanares, pero no tienen ni idea de cómo afrontarlo así que se ponen en contacto con SEO/BirdLife y descubren que existe un programa de ciencia ciudadana llamado NOCTUA con el que podrían colaborar y que tiene libre la cuadrícula de Hoyo de Manzanares. Como parte de la documentación que reciben está un juego para identificar los cantos de las aves, no solo las nocturnas.
Así, esta pareja pasea por el campo identificando aves sin verlas =D
¿Y tú?
Y esta es la historia de cómo una pareja de incipientes ornitólogos pasó de una clave de SÍ/NO con una especie de aves a reconocer cerca de cien aves de su entorno, muchas de ellas sin siquiera ver al animal.
¿Es o no es bonita? Pues si quieres participar de ella no tienes más que venirte con nosotros a una de nuestras actividades de iniciación a la ornitología: Con Alas en la Mirada
