Llegar a viejo es un tema que me preocupa, no tanto por morirme, que también, sino por la dignidad de esa situación.

Soy maestro de formación, lo que significa saber un poco de muchas cosas, pero de casi nada lo suficiente como para tener demasiadas certezas, como puedes comprobar leyendo alguna de mis anteriores publicaciones. Tal vez en el tema de enseñar esté algo más preparado, pero hoy en día cualquiera te da lecciones en ese aspecto: a un electricista o a un fontanero nadie le discute cómo plantea la instalación a menos que se sea del gremio, pero para educar todas tenemos carné.

De ahí que una vez al mes os de la brasa con mis dudas existenciales. Estoy pensando en ponerle título a esta sección, no sé, algo así como: «Mis pajas mentales».

En esta ocasión me estoy planteando la vejez. Sí, así estamos. Especialmente cómo la naturaleza trata la vejez y cómo la tratamos la humanidad.

Esta paja mental me empezó cuando, hace unos días escuché por la radio que un tribunal había admitido a trámite las denuncias sobre el abandono de los mayores en las residencias por el ya conocido como protocolo de la vergüenza de la administración de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Aquí tienes esa noticia. En ella la hija de una señora de 90 años denunciaba el fallecimiento de su madre en esas circunstancias. Con 90 años, pensé, tampoco se hubiera podido hacer gran cosa en el hospital, con o sin COVID. Pero luego escuché el testimonio de una trabajadora de una residencia, explicando las circunstancias por las que pasaron estas personas y me arrepentí de mi pensamiento anterior. Nadie debería morir en esas condiciones.

En el libro de Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás, La muerte contada por un sapiens a un neandertal, se comenta que llegar a viejo, en el sentido de la decrepitud, de vivir más allá de la propia capacidad de seguir haciéndolo, se da solamente en la especie humana y en los animales de compañía del ser humano. En otras especies, cuando ya no eres el más rápido y el más fuerte, los depredadores o tu incapacidad para buscarte las habichuelas se encargan de acabar contigo.

Llegar a viejo. El abuelo Evaristo, sentado en una mecedora, duerme en sus brazos a su nieta Leles.

Y es aquí donde entramos en el debate entre la selección natural y la cooperación natural. El neo-liberalismo se ha hartado de vendernos la selección natural como una justificación para dejar solos a los más débiles y que así se les pueda depredar más fácilmente en pos de la mejora de la especie. Pero deberíamos ser conscientes de que también es una mejora para la especie el hecho de que el grupo sea un sistema en el que el más rápido y más fuerte pueda beneficiarse del más viejo y sabio y que este se pueda beneficiar de aquel. De ahí que seamos seres gregarios, por más que se empeñen en individualizarnos para así ser más controlables.

Igual que para educar a nuestras crías hace falta una tribu, la tribu debería hacerse cargo del cuidado de los mayores. Ahora bien, más que para prolongar la vida más allá de lo que la naturaleza del individuo puede tolerar, lo que debería hacer el grupo es educar a sus congéneres para asumir que llegar a viejo y la muerte, no son una desgracia, no sé si para el que se va o para el que se queda, sino que son parte de la vida.

Nuestra tradición judeocristiana nos ha llevado a entender la muerte como la puerta a una vida mejor, si hemos sido «buenos» y asumido con estoicismo las tribulaciones de la vida. Y como un paso a la expiación de nuestros pecados si no hemos querido pasar por el aro. Así es difícil que se quiera enseñar sobre la muerte, pues es un mecanismo de control infalible.

Hace poco leí que la muerte de las células es un precio que pagamos los organismos pluricelulares a cambio de la reproducción sexual y me acordé de esta fantástica canción de Jorge Drexler.

Llegar a viejo. El abuelo Evaristo pasea de la mano por el parque a Iñaki, con dos años, que se toma un chupa-chups.

Y así damos una voltereta con tirabuzón para pasar de hablar de la vejez y la muerte, temas poco populares por lo escabroso, a hacerlo sobre el amor y el sexo, mucho más festivos ¡Dónde va a parar!

Pero en realidad lo que a mí me preocupaba cuando empecé escribir estás líneas no era la muerte, mi muerte, sino la senectud, mi senectud. De ahí que, en vez de terminar con aquella canción tan sugerente sobre los comienzos, prefiero hacerlo con esta otra, Llegar a viejo, de Joan Manuel Serrat, más melancólica y sobre los finales, por más que sean un final con beso.

No dejes de escuchar este vídeo, con el discurso incluido.

A mis viejos pasados, siento haberos hecho tan difícil la vejez.
A mis viejos presentes, ojalá os esté haciendo la vejez más llevadera.
Al viejo que seré, ojalá puedas llegar ahí y transitar ese camino con dignidad.

¿Y tú, cómo llevas esto de ir cumpliendo años?